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Del colonialismo a la seguridad humana: abordar las implicaciones de género en el cultivo de palma de aceite y el despojo de las comunidades indígenas de Papúa Occidental


Por Szilvia Csevár y Yasmine Rugarli

Este artículo se basa en el artículo completo en inglés Greasing the Wheels of Colonialism: Palm Oil Industry in West Papua, publicado en Global Studies Quarterly. Al igual que otros artículos, este refleja la opinión de los autores y su publicación no implica una posición oficial de respaldo.

Una tierra marcada por la violencia y la extracción

Papúa Occidental se presenta a menudo como una zona rica en recursos, rica en bosques, minerales y tierras fértiles. Pero tras esta narrativa se esconde la trágica realidad del despojo colonial. Desde la integración forzosa del territorio por parte de Indonesia a finales de la década de 1960, los indígenas papúes se han enfrentado a la militarización, al desplazamiento y a la violencia sistémica. Hoy en día, la industria la palma de aceite se ha convertido en una de los canales más evidentes de esta explotación.

Las empresas de palma de aceite, respaldadas por concesiones estatales, tratan a los territorios papúes como "tierras vacías". Los bosques protegidos y los asentamientos indígenas son arrasados ​​para dar paso a vastos monocultivos. Fuerzas militares y de seguridad privada acompañan estos proyectos, silenciando la disidencia con intimidación y violencia.

Los impactos recaen con mayor gravedad sobre las mujeres indígenas, cuyos roles tradicionales como cuidadoras y guardianas del medio ambiente están profundamente entrelazados con las tierras que ahora están siendo destruidas. Para las comunidades papúes, la expansión de los cultivos de la palma de aceite no sólo es un desastre ambiental: es un ataque a la supervivencia, la identidad y la dignidad.

Raíces coloniales con un lado moderno

Aunque a menudo se habla del colonialismo como algo histórico, Papúa Occidental demuestra que es una realidad vigente. La región exhibe hoy patrones tanto de colonialismo interno como de asentamiento: el dominio holandés dio paso a la administración indonesa, pero las estructuras subyacentes de despojo persistieron. Los indígenas papúes fueron marginados, mientras que la migración patrocinada por el Estado y por las industrias extractivas consolidaron un sistema de colonialismo interno que los desplazó y minorizó en su propia tierra. Al mismo tiempo, la dinámica colonial de asentamiento es visible en el afán por reemplazar permanentemente a las comunidades indígenas con poblaciones y proyectos industriales, borrando su presencia y sus sistemas de conocimiento.

El aceite de palma es fundamental en esta historia. Indonesia, el mayor productor mundial, considera cada vez más a Papúa Occidental como la "última frontera" para la expansión. Los grandes proyectos de aceite de palma son ejemplos paradigmáticos de apropiación de tierras, la eliminación de la gestión indígena de los bosques, el desplazamiento de comunidades y la intensificación de la militarización.

El costo de género de la expansión del aceite de palma

Si bien todas las comunidades papúes sufren el despojo, las mujeres soportan cargas particulares. Tradicionalmente, las mujeres papúes son guardianas de la tierra y la biodiversidad. Cultivan cultivos básicos, recolectan alimentos silvestres y preservan el conocimiento ecológico, vital para la resiliencia de la comunidad. Este rol las convierte en protectoras del medio ambiente y principales proveedoras de sus familias.

Las plantaciones de aceite de palma alteran estos roles. Se destruyen huertos, desaparecen bosques y se pierde el acceso a plantas medicinales y agua potable. Las mujeres a menudo son excluidas de la propiedad de la tierra y de la toma de decisiones, dejándolas indefensas cuando sus familiares varones venden o arriendan tierras comunitarias. La militarización agrava estos daños, ya que las mujeres enfrentan acoso, violencia sexual y estigmatización, tácticas diseñadas para romper la resistencia y fragmentar las comunidades.

Como explicó una mujer Marind:

“La palma aceitera siempre anhela más tierra y más agua… devora todo a su paso… No le importa el bienestar de los demás: ni de las plantas, ni de los animales, ni de nosotros, los Marind”.

Esta pérdida de tierras no es solo económica ni meramente ambiental, sino cultural. En la filosofía papú, “La tierra es mamá”. El despojo rompe el vínculo íntimo entre las mujeres y su entorno, erosionando la identidad y la resiliencia.

El lavado de imagen verde de la violencia colonial

La atención internacional al aceite de palma ha aumentado, especialmente en relación con la deforestación y la pérdida de biodiversidad. La Unión Europea, por ejemplo, ha restringido las importaciones de aceite de palma e introducido requisitos de sostenibilidad. Indonesia ha respondido con sistemas de certificación como la norma ISPO (Aceite de Palma Sostenible de Indonesia) y declaraciones como la Declaración de Manokwari.

Sin cambios más significativos en la práctica, estos esfuerzos a menudo sirven como un lavado de imagen. Las grandes corporaciones mantienen el acceso a los mercados globales mediante sellos de sostenibilidad, mientras que continúan expandiendo sus plantaciones mediante el acaparamiento de tierras, la tala ilegal y la violación de derechos. Los pequeños agricultores son excluidos, mientras que las comunidades indígenas permanecen silenciadas. En lugar de desmantelar las estructuras coloniales, estas políticas "verdes" corren el riesgo de reforzarlas.

¿Por qué esto importa más allá de Papúa Occidental?

La violencia en Papúa Occidental no es un caso aislado. Refleja un patrón global en el que las industrias extractivas se expanden despojando a las comunidades indígenas, borrando sus conocimientos y militarizando sus tierras. La convergencia de múltiples crisis no es exclusiva de Papúa Occidental, sino que se repite dondequiera que los territorios indígenas sean el objetivo de actividades extractivas, incluyendo:

  • Legados coloniales que niegan la autodeterminación de los pueblos indígenas y sustentan estructuras de poder racializadas.
  • Destrucción ambiental que acelera el cambio climático, la pérdida de biodiversidad y el desplazamiento.
  • Daños desde la perspectiva de género que marginan a las mujeres indígenas, al tiempo que socavan su papel vital en la resiliencia comunitaria y la adaptación climática.

Los marcos tradicionales de paz y seguridad siguen estando mal preparados para abordar estos daños interconectados. Con demasiada frecuencia, priorizan los intereses estatales, el crecimiento económico o la seguridad nacional por encima de la supervivencia y la dignidad de las comunidades indígenas.

Hacia la Seguridad Humana y la Justicia

Para romper este ciclo, debemos cambiar la perspectiva de la seguridad del Estado a la seguridad humana, una perspectiva basada en la supervivencia, el sustento y la dignidad de las personas. Para Papúa Occidental, esto significa:

  • Reconocer el despojo de tierras y la militarización como formas de violencia colonial.
  • Abordar los daños y legados coloniales de larga data que continúan moldeando las prácticas extractivas y los patrones de opresión.
  • Centrar las voces y el conocimiento ecológico de las mujeres indígenas en los debates sobre seguridad climática y ambiental.
  • Exigir responsabilidades a los Estados y las empresas por sus prácticas dañinas, insensatas y violatorias de derechos, incluyendo el acaparamiento de tierras, la deforestación, el desplazamiento y el uso de la violencia para reprimir la resistencia, así como las prácticas de lavado de imagen verde que perpetúan el daño.

Los indígenas papúes no son víctimas pasivas; son agentes de resistencia. Las organizaciones locales y las redes de mujeres trabajan incansablemente para defender la tierra, la cultura y la supervivencia de la comunidad. La comunidad internacional debe ir más allá de la solidaridad simbólica y apoyar activamente los esfuerzos liderados por los indígenas para recuperar tierras, exigir responsabilidades a las corporaciones y los actores estatales y desmantelar las estructuras de violencia que representa la expansión de la palma de aceite.

Conclusiones

La palma de aceite puede comercializarse como un producto básico barato y versátil, pero en Papúa Occidental su verdadero costo se mide en la pérdida de bosques, la militarización de las comunidades y en el silenciamiento de las mujeres. La industria prospera gracias a lógicas coloniales que tratan las vidas indígenas como algo desechable y sus tierras como algo vacío.

Avanzar hacia la justicia requiere más que sistemas de certificación "sostenibles". Exige un reconocimiento de las historias coloniales y de los sistemas raciales-capitalistas que las sustentan. Abordar estos daños y legados coloniales de larga data es esencial para desmantelar las estructuras que permiten el despojo y la violencia continuos. Requiere un enfoque renovado de la seguridad humana, que sitúe a las mujeres indígenas y sus conocimientos en el centro de la adaptación climática y la consolidación de la paz.

En palabras de las mujeres papúes: "La tierra es mamá". Protegerla significa proteger la vida misma.

Szilvia Csevár

Profesora de Derecho Internacional Público en la Universidad de Ciencias Aplicadas de La Haya (THUAS) e investigadora del Centro de Experiencia en Aprendizaje Global e Inclusivo (GIL).